Como si nos hubiésemos subido a una montaña rusa, cruzamos las dunas con nuestro 4×4 dirección al mar, recreando una escena digna de la mejor película de aventuras. El vehículo bota con cada cresta superada. Con el tiempo, las altas temperaturas se intensifican, provocando una calima que emerge del firmamento. Afrontamos una nueva duna rápido, para no quedarnos atrapados en la arena, rompiendo el tembloroso horizonte y, como si entraramos de lleno en un espejismo, brotan frente a nosotros “los confines de la Tierra”.

El motor ruge de nuevo e iniciamos el último descenso hasta la orilla. Seguimos avanzando por la frontera de los dos mares. A la izquierda, las violentas olas rompen contra el suelo, anegando el terreno y permitiendo rodar a toda velocidad sobre él, dejando a nuestro paso una acuosa estela brillante. Mientras que a la derecha, el mar de arena se cierne sobre nosotros con un oleaje de más de 100 metros, convirtiendo el árido lugar en un entorno en el que la supervivencia es más que un lujo. Hemos llegado a la Costa de los Esqueletos.